Saqué billetes para el barco que estaba casi completo y en breve estábamos rumbo a lo que hacía años había sido una de las zonas más ricas y activas de Japón (si no la que más). El barco era modesto. En la parte exterior explicaban las vistas por megafonía cual autobús turístico y en el interior, decorado con antiguas fotos en lamentable estado, proyectaban una y otra vez un documental de un viejísimo VHS con la imagen distorsionada por el uso repetido.
Al cabo de un rato teníamos los pies en la isla acorazado.
Con la imagen en ruinas de toda una ciudad (pequeña) era inevitable que a la mente vinieran referencias similares, cinematográficas sobretodo, pero una vez más la realidad se apuntaba un tanto contra la ficción.

Nos dividieron en tres grupos y nos repartieron por el pequeño camino transitable de la isla. Demasiado pequeño. Demasiado lejos del meollo. Quizá estando allí nadie sea consciente del peligro, pero dudo de que hubiera alguien que no quisiera pasearse por los edificios abandonados. Imposible (llegando a Gunkanjima con ese barco, claro). Aunque en alguno de los muros que teníamos frente a nosotros se podían ver enormes firmas y algún que otro graffiti, estaba totalmente prohibido pasar más allá de la barandilla blanca que rodeaba todo el circuito.

Tres paradas en el recorrido, desde donde explicaban las diferentes cosas que se podían ver. Dónde estaba la piscina olímpica. Cómo recibían suministro eléctrico de una isla cercana por debajo del mar. Cómo sacaban agua del mar para consumo y la desalinizaban. Dónde se abrió el primer cine de Japón. 
Cómo los que allí vivían tenían acceso a una gran variedad de productos que en muchos otros sitios no habían: frutas, carnes, aparatos electrónicos. Que en los 60, cuando sólo el 60% de los que residían en Tokio tenían lavadora, secadora y televisión, el 100% de las viviendas de Gunkanjima tenía estos electrodomésticos nada baratos en la época… Más información e historia del lugar aquí.
Dadas todas las explicaciones y con un sabor un poco agridulce por estar delante del fantasma, pero muy lejos… nos volvimos a embarcar para regresar al puerto de Nagasaki. Ahora sí, consumido por el calor, sentado en los viejos asientos de la parte interior del barco vi el documental con aires de NO-DO siendo imposible no sentir afinidad por la cantidad de familias que dejaron sus casas, escuelas, amigos…

Mientras el barco avanzaba y Gunkanjima, gris, se alejaba, imaginaba que no hacía mucho, sin miles de neones y muchas otras cosas, ese sitio había sido mucho más moderno y activo que Tokio. Había acumulado más vida por metro cuadrado… y más historias.